Pues claro que hay que vacunarlos, leñe. Y tendría que dimitir quien se negó a vacunarlos antes. Y tendrían que dimitir todos los que no tuvieron la inteligencia de vacunarlos antes, por ignorancia e imprevisión.
No son los futbolistas, como dice el populismo cogobernante. Son los seleccionados para representar a España en una competición internacional. Tienen derecho a ese pequeño privilegio por lo que van a representar. Ayer he visto en la tele que El Corte Inglés está vacunando a sus empleados. Y resulta que la Selección no puede vacunar a sus jugadores. No es cuestión de inmunizar de acuerdo con su cuenta corriente, como dijo con insufrible demagogia la ministra Ione Belarra. Es que, si se hubieran vacunado antes, no tendríamos la mala noticia de los contagios de Busquets y Diego Llorente y los que puedan venir.
Y es que, además, uno empieza a estar harto de apóstoles de la miseria. De esos que se escandalizan de que treinta jugadores usen treinta vacunas como si fuese un asalto al erario público; como si se las quitasen a pobres viejecitas indefensas que las llevan en el bolso al centro de salud. Y no conformes con esa demagogia, en la nueva España frentista se organiza todo como en la política más conflictiva: a favor, la derecha patriótica que teme que España pierda la honra en Europa por unas inyecciones. En contra, el frente de la investidura con los independentistas. Esto es de coña. Esto, como dialéctica, es chatarra, ministra Ione Belarra.