Lo de “dulce derrota”, seguro que sí, y para sostenerlo no hay más que rebajar unos grados el entusiasmo de la señora Le Pen cuando calificó sus resultados como “una gran victoria”, incluso “histórica”.
Miren: cuando en Francia se pasa a la segunda vuelta, ya es un triunfo. Pero cuando un partido del miedo como el de Le Pen supera en la segunda vuelta el 40 por ciento, es que es un partido muy fuerte. Y cuando queda a 16 puntos del ganador, es una distancia notable, pero es la mitad de la que hubo hace cinco años.
Eso muestra una Francia partida políticamente por la mitad, pero en la que la extrema derecha puede mantener la esperanza de su llegada al poder. Dulce derrota, por tanto. Para muchos, demasiado dulce.
En cuanto a la victoria, hay pocas amargas. La de Macron no lo es. Su desafío era revalidar la presidencia, cosa que no logró ningún presidente francés en los últimos veinte años. Lo consiguió con holgura y creo que para él es una victoria alegre por suficiente y por el aplauso que recibe de Europa.
Ver a Le Pen tan cerca quizá le haga decir, como a Luis XV, “después de mí el diluvio”. Aunque puede empezar a llover dentro de dos meses, cuando se celebren las elecciones legislativas.
Como todo puede ocurrir, entonces será el momento de matizar la alegría de la victoria de las presidenciales. Y puede ser amarga si los votantes deciden limitar los poderes de Macron y volver a la experiencia de algo también muy francés: la cohabitación.