Pero, como repetir elecciones suele repetir resultados y termina otra vez en plantear una coalición, mejor evitar el segundo viaje. Eso dice la teoría. En la práctica hay que hacer algunos matices. Para que la coalición sea indiscutiblemente mejor, se requieren detalles nada menores. Se requiere, primero, que haya confianza y lealtad entre los protagonistas. La confianza entre Podemos y los socialistas es manifiestamente mejorable.
La lealtad se supone, pero habrá que demostrarla, porque esos partidos tienen el pecado original de luchar por el mismo electorado. Se requiere, segundo, que no haya vetos, y aquí hemos tenido el más gordo, que es el de Pedro Sánchez a Pablo Iglesias y apartar al líder no significa en absoluto apartar sus ideas. Se requiere, tercero, una mínima coincidencia en los grandes asuntos de Estado, y respecto a Cataluña y aspectos de la política económica y la exterior, el Partido Socialista –no sé si el señor Sánchez—está mucho más cerca del PP que del socio elegido para gobernar. Y se requiere que la coalición no se plantee como lucha por el poder. Y la pelea por los ministerios y su ocupación está siendo el gran escollo para el acuerdo. Así que en estas condiciones hacerme elegir entre coalición y elecciones, es hacerme elegir susto o muerte. Prefiero el susto, que es la coalición.