Ha sido, por decirlo suavemente, una información discreta. Al principio, inexistente, pero me apresuro a decir que lo comprendo. Si por las razones que sean no se informó a Rabat de su ingreso en un hospital español, no era cuestión de que airearlo en la prensa, que, seamos sinceros, tampoco le hubiera dado mayor importancia. Ghali tampoco es Harrison Ford cuya llegada convoca a reporteros a pie de pista ni hace que se paguen exclusivas por una foto suya. Ghali es un personaje polémico, de discutido pasado, pero solo popular más allá del Estrecho y conocido por especialistas en el Magreb.
Cuando se conoció su estancia en el hospital de Logroño, la reacción oficial ha sido la de “ay, Dios, que lo han descubierto” y a partir de ahí se informó a trompicones. Hasta que se fue no hubo versión oficial de cómo entró en España. La primera noticia de que entró con su nombre y pasaporte diplomático la dio en este programa Ignacio Cembrero. Y ayer, con el chusco episodio del avión argelino que tuvo que dar la vuelta, la portavoz del gobierno dijo lo que dijo, que el gobierno no tenía constancia de ningún avión, lo cual puede ser considerado como anti-información.
Brahim Ghali ha sido tratado como secreto de Estado, y los secretos de Estado, cuando se descubren, se convierten en una vergüenza que se trata de esconder o devaluar. Personalmente lo entiendo. El fallo grueso, el que provocó la crisis diplomática y el cabreo de Marruecos, es que no se informó a Rabat.