Si no te entendí mal, la embajadora ante la Santa Sede es una de las más apreciados en la carrera diplomática. Si es así, felicito cordialmente a la señora Celaá y me dispongo a saludarla como Embajadora, que es un título que ya se lleva para toda la vida: “señora embajadora”, que luce grandemente en las recepciones.
Uno de los méritos aducidos es que es católica practicante, lo cual abre esperanzas de progreso romano a unos cuantos millones de ciudadanos. Con esa credencial y el aprecio de Sánchez, se abren las puertas del cielo, que un embajador ante el Vaticano tiene más garantizadas que en otras embajadas.
Claro que tú, Rubén, pones sobre la mesa otras cuestiones que están en el ideario socialista: la revisión de los acuerdos, la financiación de la Iglesia, el pago de impuestos, incluso las inmatriculaciones de bienes inmuebles. Oh, Rubén: el vil, agnóstico y mundano metal.
Al llegar a esos puntos, los criterios se me dividen. Por una parte, Isabel Celaá ha demostrado que tiene lo que hay que tener. Pero, por otra, representa a un Gobierno que aprobó la eutanasia, defiende el aborto y promueve modelos de familia que el Vaticano casi excomulga.
Y por una parte, quien se cargó la asignatura de religión frente a todo el catolicismo y el nacionalcatolicismo español, puede afrontar cualquier tarea que Sánchez le encomiende. Pero, por otra, una cosa es hablar de dinero y otra de predicación. Tú me entiendes, Rubén. Y, por terminar en pareado, los oyentes también.