Pues sirve para demostrar cómo funciona de verdad la democracia parlamentaria: un diputado piensa –porque sus señorías los diputados también piensan--, pero a lo máximo que llega su pequeña libertad es a decirlo. Algunas veces, las menos, en la Cámara; otras veces, tampoco muchas, a los medios informativos.
Pero llega la hora de votar y aparece una señora de negro que se llama disciplina de partido y le dice: primer mandamiento, cuidado con lo que piensas, que empieza a molestar. Segundo mandamiento, cuidado con lo que dices, que el jefe se puede cabrear. Tercer mandamiento, apretarás el botón que el jefe diga.Cuarto mandamiento, si no obedeces, serás sancionado, perderás la confianza, entrarás en la lista de los desleales, no serás nadie.
Esa imagen de votar a un intérprete de la Constitución con la pinza en la nariz es la negación escandalosa de la libertad de criterio. Pero, a mi juicio, hay algo peor: esadisciplina férrea llega al ciudadano, que se pregunta de qué le sirvió elegir a un representante que le gusta como piensa, pero después no lo puede expresar en una votación.
Y algo todavía peor: si hay que votar a un magistrado del Tribunal Constitucional pactado entre dos señores sin la seguridad de que sea idóneo, se están cargando el prestigio de una de las instituciones que necesita más respeto y credibilidad. Y esto se hace, querido Alsina, en un momento en que la democracia atraviesa una delicadísima crisis institucional.