Querido director: por primera vez en nuestra larga y pública relación, voy a apelar a tu sentido de la piedad. Este comentario dura un minuto, aunque parezca una eternidad. Los ministros y ministras son veintidós, que es una gran aproximación al infinito. Para recordarlos a todos, tengo que coger la lista, porque algunos están inéditos. Los quemados no caben en un minuto y no voy a dejar fuera a los que merecen cesar, que son mayoría.
Después tengo un drama personal: los que otros consideran que hay que echar no es que seamos amigos de cenar con las esposas o los maridos, pero nos llevamos bien. ¿Voy a sugerir que son ellos y ellas precisamente los que deben cesar? Y si los cesables son, también precisamente, mis casi amigos, ¿seré yo el gafe? Quítame ese riesgo de imagen, Alsina, porque no habrá ujier de ministerio en los próximos treinta años que quiera darme la mano ni quien me invite a tomar un café en la planta noble.
Después están los que no tenemos relación porque no la merecemos, ni ellos ni yo. Sugerir su nombre para el relevo, ¿no será entendido como una venganza por el poco caso que me hacen? Y por último, uno ya tiene su historia y esa historia, que a veces llaman experiencia, es muy clara en su mensaje y dice así: ministro o ministra que yo elogio, ministro o ministra que tarda menos de un mes en caer. Ministro que yo descalifico, ministro que adquiere garantía de continuidad. Y esto, Alsina, no es una leyenda urbana. Lo puedo demostrar.