Yo no veo a Iglesias jubilado ni de coña. Al menos por voluntad propia. Un animal político como él, con sus condiciones y su ambición, no se jubila; cambia de escenario. Para jubilarse se requieren dos condiciones: edad e intención y no tiene ninguna de las dos.
Se retira del gobierno, porque lo que quiere es poder, lo ha dicho siempre, y el poder no está en el puesto número tres del gobierno y como socio minoritario en una coalición. El poder está en crear una banca a su medida, en someter a los poderosos del dinero, en controlar a los grupos de influencia o en intervenir en los medios de información. En eso hace una retirada táctica, pasa del despacho a la calle y recupera una libertad de debate que la vicepresidencia limitaba.
Está muy publicado: quiere ser lo que Arzallus fue en el PNV, el poder del partido frente a la rigidez del gobierno, y es más recordado que los lehendakaris que hubo en su mandato. Ahora bien: Pablo Iglesias eligió un camino lleno de riesgos, que es su candidatura a la Comunidad de Madrid. Eso supone someterse al veredicto popular. Es casi pedir un plebiscito. Unas elecciones no son un círculo de Podemos, ni una asamblea de Vista Alegre, ni un grupo de indignados que ahora, además, pueden estar indignados con él después de catorce meses en el gobierno y un balance de gestión por lo menos discutible. Si hay jubilación rápida o lenta, no la decidirá Pablo Manuel Iglesias Turrión; la decidirá el pueblo de Madrid.