Personalmente supongo que la condena es inevitable. Primero, porque Torra ya admitió que había desobedecido. Segundo, porque no acude al juicio a defenderse, sino a acusar al Estado de vulneración de derechos. Y tercero, porque, de lo contrario, se estaría legitimando la desobediencia institucional. Si la inhabilitación se produce, el vicepresidente Aragonés se haría cargo de la Generalitat, pero con carácter temporal y no le quedaría más remedio que convocar elecciones.
Es lo que Esquerra desea, porque tiene las encuestas favor y las elecciones últimas la han consagrado como el primer partido de Cataluña. Es decir, que estamos ante una crónica anunciada y con guion ya escrito. Cualquier desviación de esa hoja teórica de ruta sería una sorpresa. En todo caso, parece evidente que en el día de hoy se empieza a escribir un nuevo capítulo del procés. La desaparición de Torra del primer plano tendrá efectos notables. No es que Esquerra o Aragonés sean menos independentistas que él. El señor Aragonés lo demostró en la entrevista de Carlos Alsina el pasado jueves. Pero, por lo menos, ni el partido ni sus líderes son partidarios de la solución unilateral. Ahora bien: dulcificación del panorama, ninguna. Se facilita el diálogo, que ya es algo, pero poco más. Recordemos que, si Torra dijo “apretéu”, Aragonés ordenó “no aflojar”.