Las razones para una dimisión siempre son discutibles, sobre todo en política y sobre todo en el liderazgo de un partido. Hay razones a favor y en contra.
A favor de la dimisión, que el enfrentamiento con Ayuso no se pudo gestionar peor y dañó gravemente al partido. Seguramente lo destrozó para mucho tiempo. Si a eso se une la falta de un discurso eficiente para hacer oposición e ilusionante para unir a toda la derecha, sí hay motivos para que el señor Casado haga autocrítica y se aparte en un gesto de honor y responsabilidad.
En contra de la dimisión, que no es seguro que la retirada arregle nada y, en cambio, destroce el capital invertido en la construcción de su liderazgo, un capital que no se debiera destruir en tres días.
Puesto eso en la balanza, si la dimisión de Casado resolviera la agobiante crisis del PP, no habría dudas: que deje ya la presidencia. Como no tengo esa seguridad, la tentación es proponer que se dé a Casado otra oportunidad para corregir errores y rehacer equipo y refrescar ideas.
Esta sería una solución blanda. Pero la crisis es tan grave y hechos como la manifestación de ayer tan destructivos, que tampoco creo viable la segunda oportunidad. Y aguantar cinco meses hasta el congreso ordinario es un tiempo demasiado largo de erosión de ideas y personas que no hay cuerpo humano o político que lo pueda aguantar.
Todo conduce, querido Alsina, a una solución quirúrgica. Y me temo que no haya más remedio que extirpar.