Un referéndum para preguntar si queremos un segundo referéndum para reformar la Constitución claro que puede prosperar. No hay nada que le impida al presidente del Gobierno convocarlo, aunque el rey tenga que firmar la convocatoria. Quizá no habría mucha participación, pero daría mayoría suficiente para emprender la gran reforma y el PP, como sospecha Iván Redondo, no tendría más remedio que asumir ese mandato popular.
Problemas: uno, que el proceso nacería con el pecado original de ser presentado como una trampa, incluso como un chantaje, al Partido Popular y eso ensuciaría todavía más las relaciones políticas. Ayer mismo, en este programa, el señor Casado se constituía en garante de la no reforma.
Y dos, la eterna pregunta: ¿reforma para qué? Si es, como piensa Sánchez, para reconocer nuevos derechos, corregir palabras obsoletas, rectificar la sucesión machista en la Corona o incluso matizar la inviolabilidad del jefe del Estado, sería razonable e incluso exigible. Pero siempre habrá el freno que paralizó los anteriores intentos: el miedo al famoso melón que contenga la revisión del sistema político o el modelo territorial, con las conocidas reclamaciones nacionalistas y su previsible oposición.
Y entonces nos encontraríamos con el viejo dique: para no tener tanto consenso como en 1978, mejor no menearla. Y ese es el tapón, querido Alsina. Tiene que haber otra forma de superarlo. Pero este cronista, en su miopía, no lo acaba de encontrar.