Iván Redondo, como no es hombre de partido, siempre tuvo un pie fuera. No violo ninguna confidencia si ya puedo decir que hace meses le escuché que su futuro no estaba en La Moncloa. Esa disposición la conocía el presidente y se añadió una circunstancia: Sánchez empezó a sentirse incómodo al leer que Iván era el presidente real, que sin los diseños de Iván no era nada, que gobernaban los asesores, que todo en Moncloa era estrategia y otros detalles que mitificaban a Redondo y dejaban a Sánchez como un muñeco que hablaba por boca de un ventrílocuo.
Iván tenía a su lado a un funcionario comedido, llamado Félix Bolaños, que podía cubrir dos papeles: el de Carmen Calvo como coordinador de ministros, y el de Iván como diseñador discreto. La suma de todo hizo ver a Iván que había llegado el momento de parar. Pero su función, la conocida y la desconocida, ha sido tan importante, que me atrevo a decir que esta crisis de gobierno ha sido fundamentalmente la suya. Y por parte de Sánchez, una forma de hacerse valer. Sánchez hizo esta crisis pensando en sí mismo.
Lo de Iceta es poca cosa. Lo de Iceta es que había otra candidata para su puesto, de visión no limitada a Cataluña, una imagen guapa para ser voz del gabinete, pero a Miquel lo acababa de traer desde Barcelona, tampoco había razones para dejarlo sin empleo y hacerle un feo a él y al PSC. Cultura y Deportes era una salida presentable. Desde el tablero que Sánchez manejó, una noble solución.