La verdad es que, como pronunciador de discursos, Pedro Sánchez estuvo bien. No voy a quedarme corto: estuvo muy bien. Encontró la lírica del vulnerable, “voy a dejar la piel” por usted.
Supo declarar enemigo colectivo a la inflación, siempre culpa del malísimo Putin. Habló de las clases medias trabajadoras como hablaría Yolanda Díaz, es decir, poniéndole alma. Solo inventó el bono de cercanías de Renfe, el resto era prestado. Y tuvo la habilidad de hacer una pieza que hoy merece un reconocimiento general: giró a la izquierda.
No es que girar a la izquierda sea garantía de éxito, tampoco lo sería girar a la derecha ni ocupar el centro, pero tiene una ventaja grandiosa: le hizo sonreír a la siempre cabreada Ione Belarra, a quien solo le faltó decir “bienvenido a Podemos, presidente”.
Y todo ello, con una pasmosa facilidad: una frase, “vamos a ir a por todas”, un par de impuestos, unos rejones a los poderosos, y ya está: ya tenemos unida a la coalición.
Las empresas castigadas se hunden en la bolsa, millones de ahorradores pierden más de lo que recaudará el Estado, pero el Gobierno sale del debate unido y con las sonrisas de Ione, Montero y Echenique.
Para redondear y explicar el éxito presidencial se necesita la colaboración de la derecha, y la derecha se la regaló: mientras Sánchez en las Cortes y Feijóo en los micrófonos hablan como la gente de los precios, la señora Gamarra habló sobre todo de ETA. En Moncloa debió sonar como un regalo de Navidad.