Será el reencuentro de un padre y su hijo, pero uno ha sido jefe del Estado y otro lo es ahora. Será un encuentro privado, pero de una privacidad de enorme trascendencia pública, aunque hoy no conozcamos su contenido.
Entre el padre y el hijo habrá los abrazos que don Juan Carlos espera, pero mucho más: supongo que algún reproche y, sobre todo, el marco, la forma y el contenido de la relación futura. Y algo de especial valor en la intimidad familiar: aunque no se haga pública, cosa que ignoro, la foto que complemente la de Semana Santa en Abu Dabi con las hijas y los nietos.
Entre ambos reyes, el padre se presenta con el aval de la simpatía popular vista en Sanxenxo, que ignoro si es representativa, pero con la crítica intransigente y feroz del independentismo y la izquierda republicana.
El hijo está allí, entre su padre y el Gobierno, como corresponde a una monarquía parlamentaria; midiendo el impacto de cada gesto y de cada palabra; temiendo y tratando de evitar como puede el deterioro de la Corona; sufriendo penosamente decisiones tan duras como no dejar dormir a su padre en la que fue su casa durante 39 años, y tratando de imponerle las normas de discreción y austeridad que corresponden a un miembro la Familia Real después de quitarle su asignación.
Y entre ambos, lo que ciertamente se puede llamar compromiso histórico: salvar la monarquía. Sumados estos factores, creo que la relevancia del encuentro merece un adjetivo: trascendental.