A pesar de que dice que lo han maltratado, y a pesar del ojo de pirata, no salió con mala pinta. Se mantiene enhiesto y no con esas trazas encorvadas de Rasputín pillado por la calle. Se muestra afable con los periodistas y no huye de ellos porque quiere proclamar que es presunto. Transmite una sensación de firmeza que, si yo fuese juez, me daría reparos interrogarle. Un policía que dice que “las cloacas no generan mierda, la limpian” no es un policía cualquiera. Posiblemente huela después de usar la escobilla, pero está seguro de su trabajo.
He ahí el monstruo que el Estado creó y ahora el Estado depende de él y no sabe cómo destruirlo. Hay tantas decenas de miles de folios en su sumario, que el juez necesita más meses después de cuatro años solo para leerlos. Tiene el aire de misterio de un extraterrestre que acaba de aterrizar en Estremera. He ahí el hombre que atesora más secretos. He ahí una grabadora con un ojo tapado, pero tiene el otro libre para apuntar y disparar. He ahí la perversión, pero la leyenda. Solo una leyenda convoca tantas cámaras y micrófonos. Solo una leyenda ocupa tanto espacio en los telediarios.
Tiembla media clase política y media clase financiera al recordar que Villarejo es sinónimo de grabación de confidencias. Yo, querido Alsina, lo he visto como el coronavirus: quien no haya mantenido la distancia de seguridad, quien no lo haya saludado con el codo, seguro que está contaminado. De ahí el miedo que da su salida de prisión.