Si la dificultad viene de enfrentamientos entre ministros del PSOE y Podemos, no hace falta preguntar: se nos dirá aquello de la diferencia de criterios, pero somos un equipo. Si un ministro muestra incompetencia, se reafirma la confianza en su persona y en su trabajo. Si se llega al extremo del pacto con Bildu, nada de autocrítica: la culpa es del PP. Todavía falta un capítulo muy socorrido: decir que el gobierno lo hace muy bien, pero hay un muro que impide que su mensaje llegue a la sociedad.
El Ejecutivo se ha creado su propio mundo ficticio, su reino de Alicia, expresado en el eslogan de que "salimos más fuertes". Y se lo cree. A la sombra de esto crece una visible quiebra de la confianza, a la que este sábado apeló el presidente, como si no fuese él quien tiene que recuperar esa confianza.
Y, dado el panorama del país, sin oposición suficiente, sin salida para una moción de censura ni otra alternativa, el agua del gobierno se puede convertir, si no se ha convertido ya, en crisis política general. Aquí hace falta una sacudida de nombres. Pero hace falta, sobre todo, solvencia, claridad de ideas y autoridad moral para convocar al país al milagro de la reconstrucción.