Lo peor siempre es lo más reciente, y lo más reciente es lo que yo llamo "la campaña de los vetos". Terminan estas dos semanas y no hubo mitin ni declaración donde un partido no vetara a otro para formar gobierno o entenderse en el futuro.
Ese ceremonial se culminó ayer con el compromiso independentista de no pactar con el PSC. Lo pongo en la casilla de lo malo porque supone el retorno del nacionalismo excluyente, que quizá nunca se fue, porque fomenta la polarización y porque los cordones sanitarios nunca fueron buenos para la convivencia.
Los países se construyen sobre el acuerdo y se deterioran con la exclusión. Y lo mejor ha sido glorioso. Lo mejor ha sido descubrir que los catalanes, según quienes aspiran a gobernarlos, no tienen ningún problema en su vida ni en su convivencia. Si lo tuvieran, los candidatos hubieran hecho propuestas para resolverlos.
A veces escuchamos quejas de los muchos impuestos que pagan, pero cuando algún partido suscitó el tema, a los secesionistas les pareció vulgar hablar de cosas tan materiales. Se oyen lamentos de falta de inversiones, de pago de autopistas, de infraestructuras que fallan, de empobrecimiento, de pérdida de liderazgo, pero en los mítines no asomaron esas inquietudes, con lo cual la campaña nos dejó ver una Cataluña casi feliz en su vida ciudadana, donde lo único que falta es la amnistía y el referéndum. Dan ganas de decir: gracias, campaña electoral, por permitirnos redescubrir el paraíso catalán.