Supongo que es pronto para hacer un pronóstico; pero, con datos como el que acabas de dar –una incidencia de más de 1.000 en Cataluña y Cantabria--, las restricciones empiezan a ser una necesidad. No hablo de un estado de alarma a nivel nacional, pero sí de medidas que frenen el aumento espectacular de la transmisión.
Hay datos a favor y datos en contra. A favor de imponerlas, que es inquietante la velocidad de los contagios. Da la impresión de que el virus busca víctimas y, al no encontrarlas entre los mayores, busca a la población joven y corre más de prisa que la vacunación en ese sector.
En contra de las restricciones, hechos fundamentales: un alto porcentaje de la población está inmunizada; el riesgo nunca será tan grave como antes de las vacunas; los contagios a jóvenes, con la excepción de algunos que están siendo atendidos en UCI, o son menos virulentos, o tropiezan con personas más resistentes; y nuevas restricciones matarían la ya leve recuperación del turismo.
Con estos datos e indicios sobre la mesa, el diagnóstico de un profano sería este: señores, están localizados los focos de infección. Se producen en esa población que vemos de concentraciones masivas y festivas sin ningún tipo de protección. Los contagios son, por tanto, evitables. Y se pueden evitar de dos formas: o por prohibición legal de botellones, fiestas y otras provocaciones, o por convencimiento racional. Jóvenes, os toca elegir. Y si elegís fiesta, elegís restricción.