Las que hemos visto este fin de semana son de signo conservador y oscilan entre Vox y el PP, como se demuestra en los gritos de "gobierno o Sánchez dimisión" y en el uso de la bandera nacional. No han sido masivas, en todas ellas se habla de cientos de personas. Empezaron como una anécdota colorista en la calle Núñez de Balboa de Madrid. Se tomaron como la expresión de pijos y privilegiados –esas fueron las primeras calificaciones-- que odian a un gobierno de izquierdas. Pero se están extendiendo como una mancha de aceite por varias ciudades y comunidades autónomas. No es fácil atenderlas, porque, además de exigir la caída del gobierno, no se sabe qué piden ni cuál es su interlocutor. Entiendo que no hay que magnificarlas, pero tampoco ignorarlas.
No hay que magnificarlas, porque solventes encuestas dicen que la mitad de la población respalda la gestión de la crisis por parte de Pedro Sánchez. Pero no hay que ignorarlas porque pueden representar a la otra mitad y porque pueden ser el preludio de otras movilizaciones. No olvidemos que un informe de la Guardia Civil prevé agitación social cuando sean graves los efectos económicos y sociales de la crisis. Y lo que pido a la clase política es que no contribuya con sus discursos de agravios a esa agitación.
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