No es que le guste pisar todos los charcos. Es que no los ve. Y algo probablemente peor. Para el líder de Podemos, España, la Humanidad, el mundo, se divide en dos, igual que en San Agustín: la Ciudad del Diablo y la Ciudad de Dios.
En la Ciudad del Diablo están los que mandan: los banqueros, los accionistas de empresas de comunicación, la patronal inmobiliaria. Ellos presionan, defienden sus beneficios y gobiernan de verdad. Llegó a la Vicepresidencia pensando así y todavía no descubrió otra realidad.
En la Ciudad de Dios donde todo es bondad está todo lo demás: los sintecho, los marginales, los antisistema, los políticos presos, el político fugado. Y entonces el periodista le pregunta por el exilio republicano, aquel dramático desgarro, y el líder es incapaz de distinguir, ni de buscar el matiz, ni de analizar la historia, ni de encontrar una diferencia. Puigdemont está en la Ciudad de Dios, sin más.
Son iguales el medio millón de españoles condenados al hambre, la incertidumbre y muchos a la muerte que un fugado de la Justicia de un Estado de Dereho. Huyó de una democracia en la que Pablo es vicepresidente, pero para Pablo es como si huyera de las cárceles y los fusiles del franquismo. Entre aquellos exiliados estaba Antonio Machado, pobre, enfermo y ya sin equipaje, y Puigdemont es como él a los ojos de Iglesias, qué herejía, que crimen intelectual. Pablo Iglesias no gusta de meterse en charcos. Anda como si no los viera. Seguro que no los ve.