Y lo espera porque las 21 medidas anunciadas debieran marcar el final de una aberración. Pero ¡qué tarde llega todo, reverendísimos obispos! Hace muchos años, en 2002, Pepe Rodríguez publicó un libro de 400 páginas sobre este escándalo. Como se acaba de contar, el abad de Montserrat tenía noticia de abusos en los años 70. Y antes, solo Dios sabe lo que ocurrió, porque se escondió y se escondió y se protegió a los abusadores.
Yo quiero suponer que ante la pederastia eclesiástica se puede decir lo mismo que ante la corrupción: que ni todos los curas ni todos los obispos han caído en esa indecencia. Pero han sido suficientes para que los creyentes pensásemos que, si ese es el pecado del clero, de qué sirve cumplir sus preceptos.
Daño horrible a la institución. Daño horrible a la creencia. Daño que no solo hay que reparar, sino evitar de forma contundente. No hay derecho a que centenares, quizá miles de personas hayan sufrido lo que han sufrido. No hay derecho humano, y mucho menos divino. Lo dijo Cristo: "¡Ay de aquel que escandalizare! Más le valiera atarse a una rueda de molino y arrojarse al mar". No es una frivolidad, pero debo terminar así: Palabra de Dios.