Madrid |
Tradicionalmente, los conflictos que tenían algo que ver con Marruecos se resolvían con dinero, llamada de rey a rey y, si el conflicto era muy grave, mediación de Estados Unidos. La crisis de hoy es más compleja.
Es una crisis humanitaria, con un hacinamiento en Arguineguín que no se entiende cómo nadie la supo prever. Es crisis de autoridad; porque se efectúa el traslado de 200 migrantes sin nadie que se haga responsable de esa decisión. Es una crisis de Estado autonómico, porque Canarias se siente abandonada y eso estimula la teoría del agravio. Y es una crisis diplomática que astutamente Marruecos desvía hacia el Sahara y el gobierno español aparece dividido, con un Podemos que va otra vez por libre y provoca a Marruecos resucitando el viejo tema del referéndum de autodeterminación.
La gravedad de la crisis está, pues, en que tiene múltiples frentes y exige mucha coordinación. Esa gravedad aumenta por la bisoñez del gobierno español, que no supo calibrar el origen del conflicto y ahora no sabe encauzarlo. Sigue aumentando si se observa que las migraciones ahora dependen de dos ministerios, Interior y Seguridad Social, más las cucharas que guste meter y mete el Vicepresidente Segundo.
Y se vuelve difícilmente soluble si tenemos también dos políticas exteriores: la teóricamente oficial del Ministerio y la de Pablo Iglesias con el Frente Polisario. La situación, por tanto, no es que sea grave. Parece fabricada en la factoría del caos.