Si la señora Díaz se presenta a las primarias, primero está en su derecho. Diría más: nadie tiene más derecho que ella, porque en los últimos años ha sido el referente del socialismo andaluz. Seguramente se ha quemado un poco, pero ella, si se presenta, es que se ve con fuerzas y posibilidades. De hecho, desde que dejó la presidencia de la Junta, no hizo otra cosa que prepararse para el momento en que Moncloa apretase el botón rojo del maletín nuclear.
Ella supo siempre, y lo supimos todos, que Pedro Sánchez la tenía en el corredor de la muerte. La señora Díaz no comulga con las políticas de Sánchez, ni con sus relaciones con independentistas, ni con su forma de mirar. Y Sánchez es un resistente que no se distingue precisamente por su capacidad de perdonar a quienes se le enfrentaron alguna vez.
Estas primarias van a ser un combate a muerte donde solo uno puede sobrevivir: o Juan Espadas, alcalde de Sevilla, que afronta el duelo en nombre de Sánchez, o Susana Díaz, que ahora juega el papel de candidata de la militancia, ese clásico del PSOE del pueblo contra el aparato.
Susana tiene todas las de perder, porque hay mucho poderío enfrente, un adversario que maneja su apellido y, sobre todo, muchas ganas de echarla a espadazos del escenario. Y ese escenario está así: Pedro Sánchez, el exterminador, no está en el mejor momento de empatía. Pero, precisamente por eso, no puede permitirse otra derrota. Busca que Susana vuelva a ser su salvación.