Yo creo que nunca hemos salido de esos debates. Se producen según el ritmo de los contagios. Cuando bajan, tendemos a menospreciar el riesgo. Cuando suben, pedimos que nos protejan. Ahora toca subida, y hay más demanda de medidas drásticas y no solo de algún gobierno regional, sino de los propios ciudadanos.
Lo demuestra la encuesta que acaba de publicar el CIS. Según ese barómetro, el 60 por ciento de los consultados piden medidas más duras. Y algo muy elocuente: solo a un modestísimo 2 por ciento le molesta que esas medidas limiten las libertades. La gente está dispuesta a renunciar a libertades y derechos a cambio de que se garantice su salud.
Es decir, aceptaría un nuevo confinamiento general si eso sirve para derrotar al virus. ¿Y por qué el gobierno no accede? Supongo que por varias razones: porque no ve tan grave la situación como, por ejemplo, el Reino Unido, que supera las mil defunciones diarias; porque no siente tan cerca el peligro como las regiones más castigadas; porque la economía manda tanto como la salud y no se puede destruir más empleo que el ya destruido; porque --no hay más que escuchar a Illa—se confía en llegar al verano con la mayoría de la población inmunizada, y porque no quiere abrir un debate crítico con la gestión de la crisis en vísperas de las elecciones catalanas con un ministro de candidato.
Conclusión: protejámonos y confinémonos cada uno. Lo dijo Illa: el mejor regalo es cuidarse. Y a esperar el turno de vacunación.