Perderlo, lo que se dice perderlo, me parece mucho decir. Si Pablo Casado le pidiese apoyo a Aznar, seguro que se lo daría, pero con alguna condición. De todas formas, lo que el expresidente dijo este fin de semana a Évole y en otras entrevistas sí indica distanciamiento.
Ya no hay en él aquel entusiasmo ni aquella comunión inicial, que parecía que Casado fuese un hijo suyo. Pero tampoco se puede decir que haya repudio al actual presidente del PP, sino a todo lo que le sucedió. A Aznar nunca le gustó lo que vino detrás de él. Designó sucesor a Rajoy, pero cuando Rajoy dirigió la política, le pareció blando, centrista y no sé si abúlico, por ejemplo ante el independentismo catalán.
Personalmente o a través de FAES, le dirigió todo tipo de críticas, directas o indirectas, hasta el punto de que resultó noticia ver que se hablaban y se saludaban en un acto público. Y de hecho, los grandes reproches que ahora hace a la dirección del partido se refieren a la etapa de Rajoy. Vox y Ciudadanos no le empezaron a quitar votos al PP y, por tanto, a dividir a la derecha con Casado, sino antes.
Las corrupciones que llegan a los juzgados no son de la etapa de Casado, sino anteriores e incluso hay gérmenes en el periodo Aznar. Y el señor Aznar, que tiene la gloria de haberle devuelto el poder a la derecha y otros méritos, quizá empiece a mirarse al espejo y ver reflejada la imagen de Luis XV, que le dice a la historia: "después de mí, el diluvio". Suele ocurrir.