Y entre lo que otros dicen están los empresarios: ni una palabra de elogio, ni un hallazgo de claridad, ni una expresión de confianza. Todo es recelo y miedo. Recelo ante la duración de la hibernación, tan incierta como el resto de las medidas. Recelo ante el aire de improvisación, visible a medida que cambian los datos de la epidemia.
Y miedo a no poder pagar la factura que se pasa al empresariado. Miedo a esa concepción antigua del promotor al que se obliga a no despedir, con lo cual se pone en riesgo a la empresa misma si no tiene esa válvula de escape. Y miedo a que la parálisis obligada y retrasada un día tenga un coste inasumible para pymes y comercio, porque hay informaciones que hablan de liquidez para un mes.
Lo único que puede tranquilizar es que el gobierno, al menos, ya tiene una prioridad y esa prioridad es frenar la epidemia, porque con epidemia creciente tampoco hay solución. Lo que dice Pepe Álvarez de UGT: "Me importan los contagios, no la actividad".
Si el parón económico da resultados de salud, pero resultados visibles y próximos, habrá valido la pena la hibernación. Como no los dé, será ruina sobre ruina. Parece una quiniela pero tristemente es así.
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