Ante tal panorama, el PP jugaba en dos frentes: sus barones, exigentes y hasta rebeldes, y el sentido de Estado que Pablo Casado invocó hace dos días. El presidente del PP no quiere desairar al del Gobierno, pero tampoco puede dejar tirados a los suyos, y de ahí que García Egea haya sorprendido ayer con un ataque a Sánchez, al que hace único responsable de la gestión de la crisis. No descarto que en el conflicto gobierno-barones, el PP esté jugando a poli bueno (Casado) y a poli malo (Teodoro). Lo veremos esta tarde.
Pero añado: lo más natural, y dado el empeoramiento de la situación, es que surja la discrepancia y la tensión política. Alguien se tiene que hacer eco, cuando menos, de las críticas que aparecen en la opinión publicada. Alguien tiene que liderar el descontento.
También es normal la tentación de buscar un culpable, como ocurre en todas las crisis, y el señor Sánchez tiene todos los papeles porque los asumió con amplio, incluso exagerado, despliegue verbal. Y termino con una reivindicación: la del derecho a discrepar. La discrepancia, siempre que no sea destructiva, ayuda a corregir errores y a mejorar la emergencia. El resto es pensamiento único. Es decir, sometimiento e imposición.
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