Las palabras de García Page y Lambán merecen, ante todo, un respeto porque recogen un amplio sentimiento popular. Y a partir de ahí, mi tesis personal: aquí lo que falló es la comunicación interna. Pedro Sánchez lleva tan a rajatabla la discreción, que ni habló con sus dirigentes regionales.
No es que no conteste a Torra o Casado; es que no llamó a sus barones para explicarles de qué iba la cosa; ni siquiera para darles esa garantía tópica de que todo será acorde con la Constitución. Parece que es uno de los defectos de Sánchez: habla poco o nada con su partido y no ordena a los negociadores que lo hagan. Y claro: donde no hay información triunfa el rumor.
Y si la información dominante es que se negocia con enemigos de España o, como decía ayer aquí la señora Oramas, con gentes a las que importan un pimiento los asuntos españoles, cunden el desaliento y la desconfianza, por no decir el pánico. Creo que ese es todo el problema, además de los principios. Pero es el problema de más fácil solución: basta una llamada de Sánchez. Y no me digan que no tiene tiempo. Hablar con Page, Lambán y los quince barones restantes no cuesta más de una hora de reloj.