Si el problema de Esquerra es participar de un consenso en el que están Ciudadanos y el Partido Popular, no hay ningún obstáculo para volver a esa mesa: ni Ciudadanos ni el PP estarán en ella, con lo cual no hay inconveniente. Y además, el señor Sánchez no es rencoroso: por mucho que Rufián le obligue a elegir socio y le niegue sus votos en votaciones muy queridas por el presidente, Rufián nunca encontró en el señor Sánchez ni una mala palabra, ni un mal gesto, sino una mano tendida por lo que pueda necesitar.
El bloque de investidura tiene un alto valor sentimental, amigos para siempre, gratitud eterna, y la mesa de diálogo es un reto personal que se hará encajar por mucho que asombre a los espectadores. Creo, por tanto, que el problema no será ese. El problema será que Cataluña vive en ambiente electoral, aunque no sepa cuándo serán las elecciones. Y, en Cataluña, cuando hay ambiente electoral, los independentistas compiten a ver quién es más duro con España, a ver quién exige más, a ver quién promete con más rapidez el paraíso soberano.
Y Sánchez no lo tiene mal del todo. Con un independentismo dividido, formalmente a la greña, solo tiene que hacer el esfuerzo de poner buena cara, presentarse como hombre del diálogo, y que sean ellos los intransigentes. Y así se va ganando tiempo, que es de lo que se trata. Si se rompe, vaya por Dios: se ha quedado sin el voto de Rufián. Pero siempre quedará Ciudadanos como oportuno salvador.