Todos los fines de semana, videoconferencias con los presidentes autonómicos, reuniones sectoriales, anuncios de pactos por todas partes, en el Congreso, en el Senado, en las autonomías, con los agentes sociales.
Y llega la decisión crucial, la que decide el futuro del país, la desescalada, la hoja de ruta hacia la Nueva Normalidad, y todo el mundo está cabreado. Todo el mundo se considera agraviado, menospreciado, cuando no engañado, como el líder de la oposición.
El diálogo, como la nostalgia, no es lo que era. Hay dos Sánchez: el de los sueños y las promesas de acuerdos y el que vuelve a su despacho, se encuentra con algún papel, le suena bien y se lanza a ponerlo en marcha sin encomendarse a Dios ni al diablo.
Hoy, ese gran proyecto de comienzo de la reconstrucción es un juguete roto por el rechazo de gran parte de las autonomías y por el miedo y la desconfianza de casi todos los sectores económicos. La alarma ya no es lo que se decreta para el confinamiento. La alarma es lo que sienten multitud de emprendedores. Alarma y desconcierto. Y el gobierno, otra vez solo. ¿Qué ha pasado aquí? Ha pasado y está pasando que a quien gobierna, y lamento decirlo, le falta contacto con la realidad del país.
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