Decíamos ayer que a veces da la impresión de que el jefe del Gobierno actúa como jefe de Estado. Añadíamos que algunos de sus gestos recuerdan aquella leyenda galaica de Franco: "haga como yo, no se meta en política". Y lo intentábamos explicar como una estrategia para que nadie le pueda echar la culpa de la división o la ruptura en el gobierno que preside. Su silencio se amplía ahora a los sucesos violentos de las noches de España.
Ni un mensaje, ni una frase, ni una palabra. Pero no solo él nos niega la grandeza de su oratoria. Si recordamos quiénes hablaron ayer a la prensa en el Congreso, fueron números 2 o números tres de los partidos. Y en el caso de Sánchez, su portavoz para grandes asuntos es Carmen Calvo, ese paraguas para el presidente, ese muro contra Podemos, esa supervice que resulta que tiene mensaje y autoridad.
O sea, que el silencio de Sánchez es contagioso para la oposición y se puede interpretar de multitud de maneras: o no tiene claro lo que un presidente de izquierdas puede decir ante los estallidos de violencia callejera; o no considera que esos estallidos estén a la altura de un jefe de gobierno; o no cree que deba meterse en un avispero que en Cataluña forma parte de las negociaciones para formar gobierno y él no quiere estorbar; o piensa como el pueblo llano que en boca cerrada no entran moscas. Y tú me preguntas hasta cuándo este silencio. Le paso tu pregunta a don Iván Redondo, el único que sabrá responder.