Después fue engordado por la torpeza de los partidos, más que por esas intenciones estratégicas por las que usted me pregunta. Fue una torpeza de libro y acción de bisoños que el PP se lo apropiara. Por eso no aguantó la primera crítica. Y fue un exceso de celo, una actitud de reina ofendida, el anuncio de Carmen Calvo de enviarlo al fiscal.
Los mismos que consideran libertad de expresión que una canción reclame atentados contra personajes del PP no están legitimados para llevar al fiscal un texto de deseo de muerte de alguien, por muy presidente del gobierno que sea. Si se apela a la libertad de expresión, se apela para todo.
Lo lamentable, más allá de los intereses de los partidos, que siempre son de obtener rentabilidad de un cóndor que pasa, es lo que revela este episodio. En primer lugar, los juegos literarios y políticos con la muerte de otros. El propio PSOE, como recuerda hoy ABC, guillotinó a Mariano Rajoy hace tres años.
Alguna enfermedad hay en nuestra clase política y en esta gente supuestamente moderna al jugar con guillotinas, bombas o muerte natural. Y en segundo lugar, pobre país cuya política se hace a base de tuits y de vídeos de espontáneos que se suponen artistas más o menos ocurrentes, pero marcan el debate público.