Intento entenderlo, director, pero no sé si lo consigo. Quizá sea que tenemos una información tan volátil, que lo ocurrido hace una hora ya es antiguo. Quizá sea que la ETA, al desaparecer como banda asesina, ha dejado tal calma, que mucha gente ha decidido olvidarla en el conjunto de España, aunque en Euskadi se reciba como gudaris a los que salen de la cárcel.
Quizá resulte que este país, que sabe enterrar tan bien, entierra de tal forma que no deja memoria para sus héroes. Quizá suceda que para los más jóvenes, esos del 80 %, lo importante es vivir al día y no quieren que les cuenten historias de un pasado doliente, ni en los medios ni en la escuela.
Quizá se confirme que, efectivamente, este país no tiene memoria o que la memoria se ha politizado tanto y se usa para tanto blanqueo, que provoca desconfianza. Y quizá ocurra lo más sencillo: que recordamos lo que hemos vivido, y no siempre con fidelidad a los hechos, y lo que queda atrás son historietas del abuelo. Y además, ¿qué abuelo va a contar a sus nietos lo que un día pasó con Miguel Ángel o con Ortega Lara? Pero, al margen de cualquier consideración teórica, es terrible. Es terrible que se pierda el recuerdo de Miguel Ángel Blanco antes de que su asesino cumpla condena. Y es terrible la baza que esto da a los sucesores políticos de los asesinos. Sobre ese olvido se escribe el relato de que ETA no fue una banda que sembró este país de sangre y dolor, sino que ha sido un movimiento de liberación.