Madrid |
Y la realidad es tan burda como esto: un pacto respaldado por más del 96 por ciento de un partido independentista difícilmente puede ser magnífico para el conjunto de la sociedad. Si se aprobó por los negociadores de ambas partes, es por su ambigüedad. Vale para un roto y un descosido. Necesita un traductor en cada párrafo, por ejemplo para saber si su respeto al ordenamiento jurídico incluye la Constitución o se evita citar a la Constitución por sabe Dios qué fines o porque Esquerra no se quiere manchar con esa palabra.
Y también se necesita un traductor de intenciones para decirnos si la consulta final es, como dice Esquerra, el referéndum de independencia o la simple ratificación popular de medidas de menor alcance. Estamos, pues, ante un acuerdo que puede ser utilizado como de hecho se utiliza en los juicios políticos: como un avance en el arreglo del conflicto catalán, como una salvación del bloqueo o como ese desastre nacional que intuye la oposición.
Solo el tiempo y el desarrollo de las conversaciones lo dirán. El gran triunfador del momento es Podemos. Ante la polémica que abre el pacto con Esquerra ha dejado a ser el malo de la película. Incluso para sus más declarados enemigos ha pasado a ser el mal menor.