Me gustaría responder que sí, pero temo confundir el deseo con la realidad. Es cierto que los datos son hoy mejores que hace un mes. Desde el 9 de noviembre, los contagios han bajado de una tasa de 500 por 100.000 habitantes a 215, que es el último dato del lunes. Es cierto que han bajado los fallecimientos, aunque siguen siendo más de 1.500 a la semana y es cierto que las autoridades han bajado las medidas de prevención empujados por la necesidad económica y alentados por la buena marcha del Covid-19.
Pero decir esto, encierra un temible peligro: fomentar el descuido, la falsa confianza y, derivado de ello, el repunte de contagios, que ya se empieza a hablar de tercera ola.
Este puente que acabamos de pasar, con sus concentraciones urbanas y sus escapadas de las ciudades, y esas fiestas clandestinas que se siguen celebrando, será como un examen ante las próximas fiestas de Navidad.
La esperanza, mucho más que en los datos -que se ha demostrado que son reversibles-, sigue estando en las vacunas, ya están ahí y ya empezó la vacunación. Lo más alentador es que los nuevos estudios refuerzan su eficacia y su seguridad. Son seguras y son eficaces, y eso sí que anima a pensar que caminamos hacia el final de la pesadilla, pero hasta llegar a la vacunación de toda la población faltan meses. Bueno, aquí falta empezar todavía.
Mientras tanto, la realidad sigue siendo la que aconseja el Ministerio de Sandiad: el mejor regalo es cuidarnos. El virus, Alsina, sigue ahí.