Vamos a rescatar el viejo dicho para explicarlo. El periodismo será mañana contar que ha sido inhabilitado un presidente, agente, que jamás supo que había sido habilitado, porque ¿se podría decir que Quim Torra fue alguna vez algo más que el inhábil guardián de la finca?
Ahora Torra coqueteé algún fin digno del panteón progresista con engrosar con perdón el martirologio indepe, con un nuevo autosacrificio. Ni sus socios saben qué hará en caso de que resulte judicialmente inhabilitado por un acto absurdo y estéril de desobediencia. Ese enigma conduce a Cataluña, según los periódicos, a un limbo de poder en el que nadie sabría quién ostenta la autoridad. Pero ¿acaso no es eso lo que ya ocurre? Es curioso como el proceso que venía a convertir al autogobierno en un estado plenipotenciario ha terminado por jíbarizar hasta la miniatura.
La autoridad de la Generalitat, que desde hace años es una institución absolutamente dependiente de las muy particulares peripecias del president de turno. Así que se podría afirmar y en esto ha estado muy fino el popular Alejandro Fernández, que la Generalitat ya es sólo un problema personal
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¿Si Torres es inhabilitado, habrá elecciones? Nadie lo sabe. ¿Quién lo sustituye? Todos lo ignoran. ¿Se disfrazara de allende de baratillo y esperará en su despacho a la fuerza policial? Pues no parece probable. Pero ¿quién podría asegurarlo? Ahí sigue el destino de la Generalitat, unidos sin remedio al destino judicial de su inquilino, con la gravedad de que éste ni siquiera se creyó nunca el presidente, sino más bien un vicario. A las órdenes de matarlos.
Pues concluyo que no será fácil, pero es muy probable que muy pronto tengamos que explicar cómo es que se ha inhabilitado un presidente que desde que juró el cargo, se declaró inhábil.
