Hay algo titánico en la acumulación de escándalos del Gobierno. Casi como si hubiera una intención coleccionista. Estaba la opinión pública discutiendo sobre la inconstitucionalidad de una parte del decreto del estado de alarma y de repente, Plus Ultra.
Otra vez Plus Ultra. Porque el problema no es en realidad si la aerolínea puede demostrar su estado de necesidad como le reclama la juez, de hecho creo que esa es la única certeza que existe en todo este caso. El rescate de Plus Ultra deja una estela de dudas: qué tiene de estratégica la empresa, por qué se decidió su rescate si ya era ruinosa antes de la pandemia y por qué esta compañía y no otra.
Todas estas dudas permanecerán en el aire aún si la juez desbloquea la entrega de una segunda partida de la ayuda comprometida. Porque el problema de Plus Ultra no es su inviabilidad sino precisamente si alguna vez fue viable y si puede volver a serlo y, en consecuencia, por qué el Gobierno se apresuró a rescatarla habiendo una cola de empresas, sobre todo turísticas, al borde la quiebra y que hoy sienten una renovada inquietud.
Ninguna de estas preguntas no han sido aclaradas a pesar de la insistencia de los periodistas y de políticos como el ciudadano Luis Garicano, que ha sido especialmente persistente. Ahora se suman otras dos preguntas más: si el cese de Ábalos tiene algo que ver con el caso y por qué ni un solo ministro o miembro del Gobierno se quiere hacer cargo de esto y huyen despavoridos ante la sola mención de Plus Ultra, como si hubiera riesgo de contagio.
Hoy me voy a reservar la conclusión para desearle un feliz verano a los queridos oyentes. Que este gallo abre la puerta de los corrales y se va unos días.