El Defensor del Pueblo es una tradición que recogió la Constitución del 78 para darle un premio a los políticos cesantes, sobrantes. Esta vez han premiado al catedrático soso, serio, formal y un poco zombie que trincará 128.00 euros del ala.
Escribe El País: "Un metafísico para defender al pueblo". Y yo recuerdo lo que Babieca le dice a Rocinante: "Metafísico estáis", y Rocinante contesta: "Es que no como". Gabilondo podría contestar: "Estaba metafísico porque no cobraba".
En España hay nueve defensores del pueblo, más que en Estados Unidos porque el estado es una mina. Ángel Gabilondo, que en las ultimas elecciones de Madrid lo mandaron a su casa cuando quisieron hacer un Ferrari de un camión, nombrará unos 50 asesores.
Te dijo Iván Redondo que el bipartidismo no existe, pero siguen funcionando maravillosamente las puertas giratorias. Se llevan a matar, pero cuando hay que pactar, son una pastelería.
El reverendo fray Ángel Gabilondo se ha curtido en los púlpitos y conoce el manual de predicadores. Parece una buena persona, un buen profesor y hubiera sido un buen cura. Está impregnado de gracia celestial que le permite estar en todas partes y en ninguna, y ser querido por todos. Nadie habla mal de él porque no hay nada que criticar ni elogiar. Pasa por los sitios con el signo de un ángel.
La sed del poder es como la sed del vino, querido Carlos. Le dice el esclavo a Sinué: "Os he robado sólo lo imprescindible". Y pase lo que pase, aunque se tambalee el poder de los faraones y los dioses caigan de sus tronos, las tabernas no estarán más vacías que antes. ¡Viva el vino!