Llegó el 2024 entre petardos para asustar a los perros y crispación para asustar a los que pagan impuestos. En la España de las aventuras equinocciales la geografía se reduce y hay rateros que quieren empequeñecer los mapas.
Los infames pactos de Pedro Sánchez con los secesionistas han encendido la crispación que en román paladino se llama gresca o cabreo o encabronamiento. Apalean a monigotes de trapo, arrojan botellines en el Palacio de Cibeles y son reprobados.
La política se ha envenenado y los partidos juegan a la transferencia de culpas. La gente se han echado a las calles, para denunciar la amnistía como un fraude y un atropello. Las autonomías amenazan con romper la descuadernada si les roban con la infrafinanciación para resolver la bancarrota de Cataluña.
Es que ser separata en España es un chollo. A los diputados que no quieren ser españoles el Estado les suelta casi 100.000 euros. Además el Gobierno ha borrado sus delitos y ha condonado sus deudas.
El PP y Vox dicen que se menoscaba el estado de derecho, la separación de poderes y la Constitución y han propuesto ilegalizar los partidos separatistas. Pero la democracia prohíbe prohibir a sus enemigos. No puede ilegalizar a nadie por lo que piense. Génova ha matizado después que no va a perseguir a nadie por sus ideas, sino por sus delitos y chantajes.
Todo esto ocurre cuando la política es populismo sucio y las democracias enferman. Lorca, querido Carlos, intuyó el odio y la crispación que después le mató cantando. Me gustaría ser vino y beberme yo mismo cuando gritan las oscuras ninfas de la cólera. ¡Viva el vino!