Escribía Camilo José Cela que los españoles solían pasar el verano con sandía, siesta y orinal. La fruta de la carne carmesí solía venir de La Mancha, de los surcos que cantó Eladio Caballero.
Pero este año va a ser imposible la siesta porque la sandía se vende como si sus pepitas se venden como si fueran de oro. La mala cosecha y la guerra de Ucrania han disparado los precios, han roto los mercados.
En la sesión de control al Gobierno, donde el hemiciclo es un cuadrilátero, Gabriel Rufián tomó la palabra para decir que el coste de la vida nos va a arrasar a todos y atenta contra la convivencia. La gente se achicharra en la calle por temor a poner el aire acondicionado.
La sandía se paga a 12 euros, el melón a 13. Medio kilo de cerezas cuesta 6 euros. La gasolina ha subido el 66% y la luz el 48%, antes del anuncio del 5% del presidente del Gobierno.
La inflación es una manera de corromper el dinero, es hindar los salarios y las pensiones, es saquear a los ciudadanos.
El sector agrario avisa de que van a faltar pollos en los supermercados. A pesar de haberse subido los pollitos a las nubes, los granjeros han perdido este año 32 millones de euros.
La inflación persigue a los ciudadanos, es un tributo secreto, un cáncer para la economía y las familias.
También han subido los precios del vino, querido Carlos, aunque los bodegueros hacen esfuerzos para que no se dispare. La gente bebe mucho menos, quizás para olvidar o no olvidar las farfollas y los novelones de este Gobierno. Por estas razones, ¡viva el vino!
