Este jueves es otro de esos muchos días en los que los medios informamos de que el gobierno ha perdido una votación en el parlamento. Es algo tan habitual, que empieza a no ser noticia, porque el gobierno, el actual y el anterior, han perdido votaciones casi cada semana desde que los españoles acabaron con el sistema de dos grandes partidos que había hasta las elecciones de diciembre de 2015.

Cuando Pedro Sánchez tuvo el arrojo de lanzarse a por la moción de censura, se conformaba con conseguir esos quince minutos de protagonismo político que necesitaba, en medio de sondeos que cada vez le iban peor. Pero luego confirmó que el rechazo al PP es un pegamento que une a la izquierda, a la extrema izquierda y a los independentistas. Y el pegamento funcionó.

Con Pedro Sánchez están pasando muchas cosas que no habían pasado nunca. Por ejemplo, que gobierne un partido que solo tiene 84 diputados de 350. O que el presidente dé algo parecido a su discurso de investidura 50 días después de haber sido investido.

Pedro Sánchez ha empezado a comprobar que el país al que intenta gobernar tiene averías muy importantes.

En algún momento, a lo largo de estos próximos días, el juez Llarena decidirá qué hace después de que tres jueces regionales de Alemania le hayan dicho que ellos tienen mucho mejor criterio jurídico que él sobre las cosas que ha hecho Carles Puigdemont, aunque ninguno de ellos haya realizado la instrucción del caso, como sí la ha hecho Llarena.