Y ahora es una evidencia que nunca será presidente. Su único consuelo consiste en que el caos dure lo más posible, proponiendo sucesores que no pueden gobernar. El último nombre es el de Jordi Turull, que mañana sabrá si ingresa en prisión o sigue libre. Y que hoy podría ser investido presidente, en una sesión exprés.
Sería una confirmación más del desbarajuste en el que se ha instalado este vodevil soberanista. Es lo que quiere Puigdemont, porque en medio de ese vodevil, él mantiene el control del independentismo, que no se atreve a contrariarle. Y se pasea por Europa haciéndose llamar presidente, porque el que sea elegido en Barcelona no será de verdad. Y así llevamos cinco meses.