Durante años las galletas han sido la base de mi dieta, y mi apolínea silueta se debe al perfeccionamiento de una receta ancestral: la masa. La masa se prepara echando leche en un bol, y añadiendo galletas. Muchas galletas. La masa estará en su punto cuando metemos una cuchara y se queda quieta, sin vencerse.
Acumular elementos hasta provocar el inmovilismo es un truco utilizado en gastronomía pero también en política. El caso Cifuentes empezó como una polémica por un Máster fraudulento. Pero al tazón se han ido incorporando la podredumbre de la universidad, la soberbia del PP o la cobardía de Ciudadanos. Y con la pelea por Madrid repentinamente abierta, la onda expansiva ha llegado hasta Podemos, que se ha topado con los socialistas cortejando a Carmena y con Bescansa y Errejón conspirando para cortarle la coleta a Pablo Iglesias.
El resultado es un mazacote en el que Cifuentes está quieta, sin vencerse. No dimite, y Rajoy no la echa. Quizá consiga permanecer en el cargo haciéndose invisible en la Antigua Casa de Correos. Lo cual es absurdo. Porque allí no fabrican galletas.
