En los últimos dos meses Estados Unidos, con su política de tolerancia cero contra la inmigración irregular,separó a más de 2.000 niños de sus padres, que eran incluso deportados sin saber qué había sucedido con sus hijos. Una infamia que la Casa Blanca justificaba apelando a la Ley y a la Biblia.
Ayer Donald Trump cedió a la presión y suspendió provisionalmente la separación de familias, pero el llanto de esos niños perdidos, alojados en supermercados abandonados, barracones e incluso jaulas, da la medida exacta del presidente americano.
Trump es como ese Peter Pan oscuro. Nunca maduró, carece de empatía y es sádico como sólo puede serlo un niño que desconoce los efectos de su propia crueldad. La suya es una maldad pueril, sin intelectualismos. Y sus víctimas no son niños de camino a un trasunto del más allá, sino niños a los que está condenando a un infierno en vida. Esto no ha terminado, Alsina, y en el viaje estamos todos perdiendo nuestro último pedazo de inocencia infantil.