Seguimos en liza, con algún renqueante pero con el perdurable sabor de boca tras el duelo ante Alemania. Por fin fumigamos al anfitrión grabando otra muesca en el libro gordo de este deporte que aún nos sigue reservando páginas.
Definitivamente somos el equipo a batir, el gran coco. Antes alguno tenía dudas al mirar de soslayo los DNIs del grupo, pero en osadía y descaro te da igual la barba poblada que el rostro lampiño. Infundimos respeto del bueno y en ocasiones, un pavor que atenaza y que te encierra en el área.
Diario, entre tú y yo, cómo se me escapa la sonrisilla al oír lo de la migración en debates paletos. Esta Euro no podría existir sin el talento de generaciones de aquí y de allá. Los niños del viejo continente sueñan ser como estos chavales que lideran países a los que sus padres y sus abuelos llegaron por la valla trasera.
Mira Nico Williams, no para de agradecer su momento y de contarle a los vientos que es posible porque su madre se atrevió a jugarse su tipo y el de su hermano que era casi polizón en su vientre. Y es que de historias así, está cosida nuestra realidad… y nuestro fútbol.
Mañana Francia. Ese vecino al que odias o al que siempre intentas imitar. Han pasado fases racaneando juego, ritmo y claridad de ideas… ¡¡pero aquí están!! Menos mal que de confianza vamos sobrados, meritazo para De la Fuente, que parece un profe de instituto adicto al crossfit, pero aquí nos tiene creyendo que todo es posible.
Queremos estar en la final del domingo en Berlín como los neerlandeses y los ingleses. Parece todo una macro batalla naval de cuando los mares estaban en disputa. Eso sí, la tripulación, el capitán y las fuerzas están prestas para el último abordaje.