Buenos días Alsina. ¡Y felicidades! Que a ti y a mí nos pasa como al presidente de Correos: nos encanta nuestro trabajo. Con tu venia, hoy me permito recordar y aplaudir a los que desbrozaron camino en mi campo. Al padre del presidente Aznar que en 1952 se dejó convencer por Deglané para hacer Carrusel el domingo y no el lunes como quería de primeras.
Ovación a los primeros locutores que corrían despavoridos del estadio tras un gol, para tirarse en picado al teléfono de fichas del bar de la esquina. A Santiago Bernabéu, porque con su cerrazón y persecución iniciales contribuyeron a despertar la imaginación de los plumillas de entonces: la de Julio Rodríguez, por ejemplo, que escondía su micro bajo su afamado pañuelo de seda con frío y calor. Escoltado siempre por sus secuaces en asientos colindantes camuflando esas baterías de coche para poder transmitir engarzados en la grada.
Ya en los 60 se normalizaron las relaciones. Los clubes claudicaron, se percataron de que la radio no era enemiga del fútbol ni mucho menos. Luego llegó el análisis, la radio nocturna con García en el 1972, de Santana y Nieto a Indurain y Nadal. De los Juegos del 92 en Barcelona al Mundial de Suráfrica. El deporte español nos cogió como siempre al orgullo colectivo haciendo país. Y siempre, de testigos la radio.
