Lo dicen todas las encuestas. Y todas ellas también señalan el desencanto que Iglesias provoca entre sus propios partidarios. Va a llegar el momento en que Iglesias no va a votarse a sí mismo, de tanto que ha desfigurado su creación política.
Las razones se amontonan, pero igual hay que ordenarlas, doctor Alsina. Y habrá que evocar, por tanto, el Congreso de Visa Alegre II, el pasado mes de febrero, cuando Iglesias emprendió el camino de la autocracia y represalió cualquier atisbo de contestación.
Han sido purgados todos los evangelistas que fundaron Podemos. Monedero, Errejón, Luis Alegre y Bescansa, no descansan en paz, bescansan en paz, sepultados por los poderes que han asumido Macbeth y Lady Macbeth, pues Irene Montero ha asumido todas las competencias que deja vacantes el líder supremo cuando duerme soñando consigo mismo.
Supremo y al mismo tiempo jibarizado, pues Iglesias ha estrellado el prestigio de Podemos colegueando con Otegi y cometiendo adulterio con el independentismo catalán. Iglesias se ha recreado en la resurrección del franquismo, ha socorrido el referéndum ilegal, ha frivolizado con la independencia y ha proclamado que los Jordis y Junqueras son presos políticos.
Y su partido ha entrado en barrena. Un piloto kamikaze que no parece consciente de su ebriedad. Y que lejos de conseguir el sorpasso sobre los socialistas ha sido adelantado por Albert Rivera. Nada más degradante para Iglesias que colocarse a rebufo del golden boy del liberalismo.