A mucha gente le gusta cantar en la ducha, ponerse el agua hirviendo o prefiere o congelada, le gusta ducharse por la mañana, al despertar, o prefiere hacerlo antes de acostarse.
Ahora en TikTok hay un montón de vídeos de gente comiendo en la ducha, ¡comiendo sobre todo naranjas! No solo comer: hemos visto una encuesta que dice que el 47% de las parejas españolas ha tenido sexo en la ducha.
Tiene un origen un tanto oscuro
La ducha que, por cierto, aunque ahora nos parezca un lugar en el que relajarnos y disfrutar, tiene un origen un tanto oscuro. O al menos uno de sus orígenes.
Leemos en la revista estadounidense The Atlantic, en un artículo de 2018 que firma la periodista Sarah Zang, que la ducha tal y como hoy la entendemos tiene uno de sus precedentes en un lugar bastante siniestro: en los sanatorios mentales de principios del siglo XIX.
Para hablar de la ducha nos acompaña en el estudio Alejandra Hernández, divulgadora y profesora de Geografía e Historia (en el Ceips Santo Domingo de Algete), autora de "Esta Historia Apesta: anécdotas de mierda que han marcado la humanidad". También James Chanon, director de la tienda 'Baños del Prado' y con la Arquitecta senior y directora del estudio A-CERO Arquitectos, María Alonso.
También hablamos con Natalia Jiménez, especialista en Dermatología Clínica, Estética y Tratamientos Láser, doctora de la Clínica Pedro Jaén y autora de "Ponte en tu piel".
Lo de curar la locura sumergiendo a los pacientes en agua (en el mar, o en un lago) no era una técnica muy novedosa en este tiempo, se venía haciendo desde el siglo XVII. Era un método inseguro, eso sí, sobre todo inseguro para los pacientes, porque como muchos de ellos se resistían al baño lo que hacían los doctores era primero atarles, inmovilizarles con correas, y después sumergirles. Primero la cabeza y luego el resto del cuerpo. Claro, alguno se les ahogó.
En el siglo XIX los psiquiatras (sobre todo los centroeuropeos) comenzaron a mejorar la técnica con la construcción de unas primitivas duchas mecánicas que se instalaron en los psiquiátricos de la época. En realidad eran grandes depósitos con un caño por el que salía el agua.
Como se seguía pensando que el cerebro era el lugar de la locura, el objetivo era dirigir un chorro de agua helada directamente a la cabeza del paciente con el objetivo de "enfriar sus sesos ardientes". Por supuesto, como era habitual en este tipo de lugares, las víctimas de estas duchas forzadas estaban atadas y además tampoco sabían cuándo les iba a caer encima de la cabeza el agua congelada. Dice en The Atlantic Stephanie Cox, que es profesora de Tecnología de la Universidad de Auckland, que "la sorpresa y el miedo eran parte de la terapia" a la que se sometía a estos enfermos mentales de hace dos siglos.
Afortunadamente los tratamientos psiquiátricos han cambiado con respecto a los del siglo XIX y felizmente también la ducha es hoy un espacio mucho más amable y mucho más relajante. Y mucho más inspirador. No lo digo yo, lo dice la ciencia. Fíjate, Begoña, en el título de un estudio publicado hace un par de años, en 2022, por un grupo de investigadores de la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Es un título muy elocuente: "El efecto ducha: la mente que divaga facilita la incubación creativa durante actividades moderadamente atractivas".
Y viene a concluir eso: que cuando estamos en la ducha, en un espacio relajado, solitario e íntimo, nuestros pensamientos tienden a fluir libremente.