La vida es demasiado corta como para ir por ahí malgastándola pensando en vengarse, en bajarse del mundo o en hacer gilipolleces.
Perdemos más tiempo decidiendo qué hacer, que haciéndolo.
Gastamos demasiada energía en cosas como: odiar al prójimo como a ti mismo, conspirar como conejos, complicarnos la existencia sin motivo, hablando por hablar.
No se puede ir por la vida como van los que embarcan las maletas en los aviones, que las tratan como si no fueran suyas.
Y sobre todo, si le quieres sacar bien el jugo, procura que lo que exprimas sea tu naranja y no el cerebro de los demás.
Bastante guerra da la vida como para montar guerras paralelas y para lelos.
Lo único que se consigue mareando la perdiz es que vomite.
Desgraciadamente no vivimos en los mundos de Yupi, las cosas no se arreglan arrojando pétalos de rosa desde las ventanas de la utopía, ni explicándole la realidad a quien no quiere entenderla o vive en otra personal e intransitable.
Las cosas no mejoran dejándolas correr y, no hacer nada, es una forma estéril de decirlo todo, además de una pérdida de tiempo.
Si no se ha conseguido parar antes, todos sabemos cómo acaba lo que ya ha empezado.
Confesados no sé, pero como sí nos va a pillar Dios es confiscados.