Por regla general mucho se habla de la funda y poco de la almohada.
A vueltas con el gas, por ejemplo, nos ha tenido más en vilo el hecho de que nos cerraran el grifo de la cerveza que la que se puede liar entre Argelia y Marruecos por un quítame allá esas cajas. Somos la caña.
Pasa un poco lo mismo con la crónica del apagón anunciado. Que vemos más la escasez de pollo, de fuego en las cocinas y de champú anticaspa en los lineales que el Armagedón. Que no es por ponerme apocalíptico, pero lo voy a hacer.
Que cada uno ponga el orden que quiera en la lista de la compra de la serie de catastróficas desdichas encadenadas que se sucederían de irse la luz de repente, sin previo aviso, sin solución de continuidad.
Lo primero que se me viene a la cabeza cuando se me ha encendido la bombilla han sido los ordenadores y de todos ellos los que controlan los semáforos. El caos circulatorio instantáneo en todo el mundo sería como empezar el libro por el epílogo.
Luego ya vendría la vida Sin: Sin internet, sin comunicaciones, sin colegios, sin calefacción, sin hospitales, sin transportes, sin congeladores, sin alcohol, sin centollos.
Empezarían los saqueos, primero en Estados Unidos como es tradición, los aviones amerizarían a ciegas, se pararían las fábricas, los centro comerciales, los estancos, no se podrían pagar los impuestos, aunque por ahí… por último nos comeríamos los unos a los otros como yo os he amado.
Échenle imaginación ¿serían los primeros o los últimos en caer? Piensen en ello ahora que se ha quedado una mañana estupenda.
